Discusiones. Constantes, duras. Tan difíciles de sobrellevar. Miedo, incertidumbre. Una lágrima silenciosa cae por mi mejilla. ¿Es por esto que lloro? Las lágrimas nublan mi visión. Todo se vuelve borroso. Tu cara, ahora nítida en mi mente, frente a la incapacidad para ver. Para sentir, no. Tan fuerte, como cada sentimiento. Tan dulce, y a la vez con un sabor tan amargo. Sabor de disgusto, sabor de dolor. Miedo. Otra vez. Y esa imagen en mi mente. Taladrando mi cabeza. Mi corazón. Dudas. Celos, envidia. Un sentimiento cruel y abrasador, que no logro que se vaya. Lo expulso, pero no logro alejarme. Es como una sombra que se ha adherido a mi cuerpo, que no quiere dejarme, como un pequeño hongo que busca amparo en el gran sauce. Es tan dificíl ser quien eres, sonreir y que tu pequeño corazón parezca una enorme masa roja. No, cenizas. Negro. Roto. Es así como está, esa es la consecuencia del miedo, de la escasez de confianza. Es imaginarlo y llorar, temiendo que se vaya. Sabiendo que un tiempo pasado fue mejor, sabiéndote incapaz de combatir el amor.
Pero, después del miedo, de la incertidumbre, un pequeño halo de luz. Él te ha elegido a TI. A ti, entre millones de personas en el mundo. A ti. Entonces... Una sonrisa escapa, rebelde. Y una lagrima de alegría. Él es diferente. Hermosamente diferente. Especial. Distinto de tantos otros humanos. Y por eso, tu corazón le pertenece. Se lo entregas, con total confianza y amor. Esperando que él lo cuide bien, y que, con el tiempo, decida entregarte el suyo a su vez.
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